viernes, 8 de octubre de 2010

"El Che Guevara sigue vivo, ¿o no Furor Company? por Luis Venegas.-"

En un pueblo polvoriento y perdido en las serranías bolivianas, murió un 8 de octubre de 1967 Ernesto Guevara de la Serna, alias Comandante Ramón, alias Fernando, alias el Che. Nacido en Rosario, Argentina, el Che Guevara representa el paradigma del guerrillero heroico en la América Latina de los años sesenta, el hombre dispuesto a dejar familia, país, comodidades y su propia vida por un ideal. El ideal, noble, no cabe duda, de que el ser humano puede vivir mejor, libre, feliz, en paz, realizándose como lo que es: ser humano. En la mente del Che, ese ideal era posible si las sociedades adoptaban el modelo comunista, ese que, según noticias que llegaban de la Unión Soviética, estaba formando una nueva sociedad, opuesta a la capitalista, egoísta, consumista. La adopción podría ser voluntaria o forzosa. Y forzosa significa en este caso violenta. El ser humano puede ser feliz, pero no lo sabe. Hay que hacerlo reflexionar, despertar, con sermones o con bofetadas, eso sí, muy comunistas. La violencia es sólo válida si es revolucionaria. Y, como es evidente, ese bien supremo que es la felicidad humana, bien vale vidas de seres humanos que, al fin y al cabo, van a morir. Donde quiera que venga la muerte, decía el Che, bienvenida sea. Y él tuvo esa cita en Bolivia, en el último tramo de la loca década de los sesenta del enfermo siglo XX.

El Comandante Che Guevara, junto con Camilo Cienfuegos, tuvo la ocurrencia de morir a tiempo. Murieron cuando todavía la revolución cubana era el faro que alumbraba los rostros de las izquierdas latinoamericanas. Al Che se le convirtió en el cadáver más insigne de los nostálgicos de la revolución. Su rostro fotografiado por Alberto Korda, compite hoy con Mickey Mouse o Coca Cola. Porque en esos procesos que sólo el capitalismo sabe hacer, el Che se ha convertido en fetiche consumista. Las personas más inverosímiles y disímiles no sólo entre sí sino entre ellos y el Che, portan playeras, pantalones, carteras, gorras, relojes, calcetines y hasta calzones. La clase privilegiada, esa que el Che mataba, se ha rendido al encanto del guerrillero heroico y lo compra en masa.

Es del conocimiento general que esa última campaña del Che estuvo plagada de errores tácticos y técnicos. La URSS no coincidía con la forma en que el Che quería adelantar el advenimiento comunista en América Latina. Y la URSS apadrinaba a un Fidel todavía con charm entre los comunistas latinos. Para Fidel no era negocio apoyar decididamente a un guerrillero profesional, él que ya había conseguido su triunfo personal en la isla. Dejarlo morir, dejar solo al comandante díscolo fue la estrategia de Fidel. ¿Acaso no quería el Che morir así? Papá Fidel cumpliría su deseo. Bolivia se convirtió en una tumba que sólo ahora, con Evo al frente, lo reconoce como propiciador de algo, no se sabe bien qué, pero algo en ese país. Quizá el turismo revolucionario: “visite el viacrucis del Che por sólo 500 dólares por persona”. De algo sirvió.

Así que hoy el Che está rodeado de una áurea mística. El pobrecito que fue traicionado por todos y que murió por culpa del imperialismo. El mártir del comunismo, o del socialismo, o de la social democracia, o del zapatismo, de los palestinos, de los kurdos, de los budistas, de los altermundistas, de los infectados de VIH, de la comunidad lésbico-gay, de los mineros, de la rebeldía del joven de Manhatan; el que pudo haber salvado la revolución cubana del caimán barbudo. Atrás quedan los muertos, los infames juicios populares, la familia abandonada, los que murieron en Bolivia por culpa de sus errores. A él todo se le perdona. Total, está muerto… pero su recuerdo vive en nuestros corazones y llaveritos, en nuestro imaginario revolucionario y en nuestras calzones capitalistas. Viéndolo así, podríamos decir: “hasta siempre, comandante”.